Por el Think Tank Hispania 1188J
Jesús María González Barceló – Presidente
Actualmente no se queman libros como en otras épocas, pero sí se limita la expresión de algunas voces. No se expulsa a personas, pero se presiona a quienes disienten. No se prohíben las ideas formalmente, pero se persiguen mediante campañas mediáticas y estrategias legales.
En este escenario, Isabel Díaz Ayuso se presenta como una figura atípica que desafía el discurso predominante. Es una política que gobierna sin utilizar el BOE como instrumento de presión ni el CIS como apoyo incondicional, algo poco habitual en una España marcada por el clientelismo y la obediencia al poder central.
Sus declaraciones y decisiones económicas son sometidas a un escrutinio riguroso desde un entorno mediático y judicial influenciado por Moncloa. Mientras se le exige un nivel ético difícil de alcanzar, se pasan por alto los escándalos relacionados con el Gobierno central: conflictos de interés, aforamientos rápidos, negocios familiares y presiones sobre fiscales.
Se aprecia una doble vara de medir evidente: la izquierda no se autocensura, pero obliga a sus opositores a estar continuamente bajo vigilancia. Un familiar de Ayuso con un contrato legal y transparente es motivo de escándalo, mientras que actuaciones dudosas en el círculo cercano de Pedro Sánchez se califican como «ataques personales».
La verdadera falta no radica en la corrupción, sino en la libertad.
La libertad de elegir la educación, de emprender sin trabas, de pagar menos impuestos y de expresar opiniones sin ser calificado despectivamente. La libertad para discrepar sin temor. Esta autonomía no es bienvenida por quienes desean un Estado omnipresente que recompense la obediencia y limite la independencia.
La oposición al liberalismo es una cuestión estructural. Los ataques a Ayuso no son personales, sino ideológicos. Se busca eliminar cualquier espacio donde se promueva la iniciativa individual, porque un ciudadano libre es difícilmente controlable, lo que genera temor.
No obstante, cada agresión moviliza a más personas. El argumento de que la libertad es solo un lema vacío pierde fuerza. También se demuestra que fuera del intervencionismo no reina el caos. Cada autónomo que prospera, cada padre que selecciona la escuela de sus hijos, cada madrileño que vive sin la presión del gobierno central, es una muestra de que existen formas de gobernar distintas.
Desde esta perspectiva liberal no se solicitan privilegios especiales, sino la posibilidad de vivir libres sin que el poder limite nuestra autonomía.
Mientras haya una voz que se mantenga firme, una idea que no se someta y un ciudadano que no se rinda, el liberalismo seguirá siendo una postura desafiante dentro del sistema, con orgullo.
