El enorme éxito del líder ultra en Gran Canaria enciende las alarmas en los grandes partidos por un posible crecimiento oculto en las encuestas.
El nombre de Alvise Pérez ha sido borrado del debate público con una disciplina que raya lo militar. No aparece en tertulias. No se le entrevista. No se menciona en debates salvo para su crítica. Las encuestas coinciden en omitir su nombre por “criterios técnicos”. Sin embargo, el fenómeno ultraderechista persiste. Y crece.
Las principales formaciones políticas, desde el Partido Popular y VOX hasta PSOE o Sumar, han sellado un cordón sanitario contra el eurodiputado sevillano, convertido en una figura distópica que navega entre la provocación populista, la intoxicación informativa y un relato antisistema que ya incomoda no solo al poder político, sino al propio Estado.
Una estrategia de silencio que parece haber fracasado.
Con cada acto vetado —como el prohibido por el PP en Badajoz o los bloqueos en Canarias impulsados por PSOE y Coalición Canaria— el discurso de Alvise se fortalece. Se victimiza, acusa persecución ideológica, y se presenta como el único político censurado por decir “la verdad incómoda”. En Las Palmas de Gran Canaria, congregó a más de 2.000 personas con apenas horas de margen y sin cartel institucional, rebasando e incluso duplicando los actos más recordados de Podemos o VOX en su etapa fundacional.
Pero Alvise no es solo un agitador populista: se está profesionalizando.
Terrorismo digital: un nuevo modelo de poder
Alvise ha construido una arquitectura paralela al sistema institucional basada en redes, archivos confidenciales filtrados, conexiones con fuerzas del orden y una oratoria brutalista sin matices. Un tipo de terrorismo digital donde la política se ejerce a golpe de odio, documentos filtrados, ataques a todos los partidos, fotografías y vídeos virales cargados de datos no contrastados pero emocionalmente efectivos.
Para muchos expertos en ciberinteligencia, se trata del mayor caso de manipulación emocional y política en España desde la fundación de Vox. Pero lo que hace a Alvise singular es su autonomía absoluta: no depende de estructuras, ni de partidos, ni de medios.
Sus vínculos con las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado son públicos y constantes. Su hermano mayor es guardia civil, y entre sus asesores y ponentes habituales aparecen inspectores jefe de la Policía Nacional (como el Inspector Jefe J. Ferris) o incluso un ex número dos de la UDYCO, A.Y.L., ahora fichado por SALF.
La pregunta que empieza a inquietar en el Congreso, en despachos policiales y en embajadas:
¿Quién filtra a Alvise información tan sensible como grabaciones privadas, sumarios judiciales y datos internos de operaciones policiales?
¿Cómo detener el apoyo entre Fuerzas y Cuerpos de Seguridad de un ‘hombre de la casa’ que planea duplicarles el presupuesto?
Un discurso medido: deportaciones “sin racismo”
Uno de los aspectos más calculados de su discurso es la gestión del factor racial. Mientras promueve deportaciones masivas de inmigrantes ilegales, especialmente de origen africano o magrebí, evita cuidadosamente y a diferencia de Abascal ser catalogado como xenófobo al invocar constantemente el “hispanismo económico”.
Alvise repite que quiere “más ecuatorianos, colombianos o venezolanos legales trabajando en España” como forma de “proteger la identidad cultural” y “dinamizar la economía”.
Una jugada retórica que —según sus críticos— diluye el racismo estructural en una excusa técnica, y le permite conectar con públicos latinos descontentos con la izquierda. Un doble juego que normaliza el discurso excluyente bajo la apariencia de selección racional.
Fuentes cercanas al PP, Vox y al entorno socialista reconocen off the record que la única estrategia viable es no alimentarlo. “Si entras en su marco, pierdes”, afirma un diputado conservador. “No juega a ganar votos. Juega a prender fuego a todo”.
Una amenaza estructural, no electoral
Pérez no quiere pactos ni visibilidad institucional. Su discurso está diseñado para devorar a sus adversarios: no busca gobernar con ellos, sino exterminar su credibilidad. Y eso, en un país desgastado por la corrupción, el descrédito de la clase política y el agotamiento de los medios tradicionales, lo convierte en un peligro sistémico.
La guerra contra un ultraderechista demagogo como Alvise no es política.
Es existencial.
Y lo peor de todo, para quienes aún creen en el sistema parlamentario, es que puede que sea ya demasiado tarde.
Su boicot, cordón sanitario y silenciamiento por todos los partidos, desde PP y VOX hasta PSOE y Podemos, es una noticia que deberíamos celebrar y mantener en un país cada vez más polarizado.
