Aunque cede únicamente el neto —sin enriquecerse de dinero público— sus aportaciones desgravan y reducen significativamente su factura fiscal
El eurodiputado ultra Alvise Pérez ha hecho de la donación íntegra de su salario uno de los emblemas de su identidad pública. No es un gesto menor: entrega el neto que recibe, es decir, lo que queda después de que Hacienda aplique impuestos. En la práctica, no se enriquece ni un solo euro de dinero público. Ese dato es correcto y conviene subrayarlo.
Sin embargo, como ocurre en política —y en fiscalidad— la historia completa siempre es más compleja que el titular que se difunde en redes sociales.
Las aportaciones del eurodiputado a asociaciones y entidades sin ánimo de lucro son completamente legales, pero también generan un efecto que Alvise menciona mucho menos en sus mensajes: las donaciones desgravan, y en algunos casos desgravan hasta el 45% en los primeros tramos. El resultado es sencillo: parte de lo que entrega no se le cobra en impuestos, reduciendo su cuota final con Hacienda.
Ese matiz es importante porque introduce una contradicción entre el relato épico —el político que renuncia a todo— y la realidad tributaria —el contribuyente que utiliza mecanismos legales para pagar menos impuestos.
Preguntado por esta paradoja, el propio Alvise suele zanjarlo con una frase que ya ha empleado en conversaciones públicas y privadas:
“Encima de que dono el sueldo, no querréis que me cueste más dinero donarlo que cobrarlo, ¿no?”
La respuesta sintetiza bien la tensión entre el gesto moral y el resultado fiscal. De un lado, un político que afirma renunciar por completo a su salario; del otro, un ciudadano que se acoge a deducciones que suavizan el impacto económico de esa renuncia.
Nada de esto implica irregularidad alguna: es legal, es común y es parte del sistema fiscal español. Pero sí introduce un contraste evidente entre la narrativa heroica y la contabilidad real.
A quienes siguen su trayectoria, la operación puede parecer un acto de sacrificio absoluto. A quienes analizan las cifras, en cambio, les resulta evidente que es también una forma de optimización fiscal.
La conclusión es menos épica, pero más fiel a los números:
Alvise no gana dinero público… pero tampoco pierde tanto como su relato sugiere.
Una generosidad que, al final, viene con devolución incorporada.
