Por Juan Sergio Redondo Pacheco – VOX Ceuta
Han transcurrido cuatro años desde que Fátima Hamed y el Movimiento por la Dignidad y la Ciudadanía (MDyC) promovieran la declaración de Santiago Abascal como persona non grata en Ceuta, un gesto más simbólico y mediático que efectivo. La imagen política que ahora representa Hamed contrasta notablemente con aquella postura inicial. Lo que antes se presentó como una defensa apasionada de los valores democráticos y la convivencia, hoy se utiliza como una justificación para ocultar una realidad menos evidente: la gradual incorporación de Hamed a la estructura de poder liderada por el Partido Popular de Juan Vivas.
Resulta paradójico que quien defendía la necesidad de combatir la ultraderecha ahora forme parte, de facto, del mismo entramado institucional que permitió el ascenso al poder a esa misma derecha que anteriormente calificaba de islamófoba y racista.
Con un cargo de vicepresidenta segunda en la Asamblea y una remuneración anual que supera los 80.000 euros, Hamed se ha distanciado de la imagen de mujer contestataria y desafiante que le valió un papel de liderazgo disruptivo en la política local. En lugar de seguir en la oposición, actúa como un apoyo parlamentario para el Gobierno que antes acusaba de fomentar discursos excluyentes.
El MDyC ha aprovechado el aniversario de la declaración contra Abascal para intentar recuperar legitimidad ante una base electoral que observa desconcertada el cambio de postura de su líder. La retórica anti-VOX, recurso ya muy utilizado, no logra disimular un claro giro hacia la colaboración: mientras proclama su lucha contra la ultraderecha, simultáneamente firma acuerdos, recibe cargos y consolida vínculos con actores políticos que anteriormente criticaba duramente.
Esta ambigüedad estratégica evidencia más un oportunismo calculado que una valentía política. En lugar de mantener una confrontación externa al sistema, Hamed ha optado por integrarse en él, buscando beneficios institucionales. Todo ello, mientras continúa difundiendo una narrativa de resistencia que cada vez encuentra menos respaldo entre sus partidarios.
Además, el relato que sostiene se ha visto comprometido. La reciente actividad de grupos radicales pro-marroquíes, paralela a esta evolución política, ofrece una nueva perspectiva respecto a las advertencias que hace cuatro años se descartaban como alarmismo. La realidad resulta compleja y las simplificaciones de buenos y malos dejan de ser útiles. Mientras VOX era señalado por polarizar la ciudad, otras fuerzas actuaban en la sombra para debilitarla lentamente, en función de intereses marroquíes.
En definitiva, Fátima Hamed ha terminado por integrarse en el sistema que inicialmente cuestionaba, perdiendo la capacidad de ser una alternativa política creíble. Ceuta no requiere más gestos simbólicos ni memoria selectiva, y menos aún figuras que parecen haberse rendido por conveniencia personal.
